SUEÑO DIURNO, REALIDAD POSADA
Manuel Pérez-Lizano Forns
Atrapado por una añeja envidia insoluble hacia el pintor Pedro Flores, me propuse averiguar de dónde procedía tanta imaginación sin aparente final. Como propietario y director de una famosa agencia de detectives, ordeno al mejor de mis hombres que espíe su piso estudio con cámaras y micrófonos, de modo que a los tres meses capto con diáfana precisión la realidad ocultada con celo virginal.
Atenea, su pasión incontrolada, hija predilecta de Zeus y diosa guerrera, es la musa protectora capaz de generar ideas, siempre dentro de una inestabilidad emocional aliviada mediante el soñado pero inviable contacto íntimo, tan reflejada en la gravedad de su potente rostro quebrado con redondeces. Dos claves manifestadas en el conjunto de su obra, que vibra como si fuera un relato corto troceado como cuadros. En definitiva, una especie de simple y vulgar copión, como todo artista, que altera lo oculto, incluso la realidad visible, para ser irreconocible pero siendo. Esta necesidad de seducir a Atenea sin descanso, desde el inconsciente, comienza en su irreconocible autorretrato con el doble rostro de perfil viéndose el tejido interior. A partir de aquí emerge el hombre invencible capaz de triunfar frente a múltiples avatares, pues basta ver su meditación frente a la cuádruple encrucijada, la actitud pensativa dispuesta a resolver el más complejo de los problemas, de Sísifo vencedor, la fuerza que sujeta dos grandes burbujas o enfrentado al aterrador laberinto. Pedro Flores, por tanto, es un héroe solitario, sin armas, que ofrece su cambiante valentía a la Atenea que mira con cierta melancólica indiferencia como seductora trampa. Con el artista ahora triunfador la restante obra ofrece otras variantes a través de su amada como gran protagonista, esa atractiva mujer de cuerpo masticable. Tanta belleza la captaremos buceando entre sugestivas esferas formadas por triángulos, con Pedro dentro de peligrosas aguas o sujetando un corazón invertido lleno de mariposas.
Como envidioso sin pausa hacia la obra de un artista diferente, vivo meditando dispuesto a decir la verdad mediante una carta pública o sugerir al detective que robe un par de cuadros. El psiquiatra me aconseja que la curación, sobre tan singular envidia, se soluciona con la compra de un cuadro sobre cada periodo artístico. Obedezco sumiso.