Poemas de David Mayor
Automedicación
Estimo el silencio como una vacuna,
una cremallera que abre y cierra la memoria,
donde no hay símbolo ni marca sin argumento
o mecanismo de defensa.
El silencio se busca
cuando el deseo termina y deja
miedo, amargura, cotidianas y eficaces dolencias.
Y se encuentra con ojos minerales, lento
por ajenos álbumes de fotos que crees tuyas,
e indica un rastro que no sabías que existiera.
Así acabó la inocencia y lo supiste.
Cierzo
Perecedero es el viento, dicen
quienes no han visto postales movidas
ni rostros fríos, los despojos que se lleva.
Y es cierto que anuncia las parcas palabras
que cierran los libros, los labios cortados,
el carácter asimétrico. Pero nunca huye:
a los días silba de nuevo por los ribazos,
depredador con la tez del desierto encima;
a limpiar las costumbres vuelve;
el itinerario de los viajeros cambia.
Diferencia y repetición
Hay noches cerradas a la fuerza de voluntad
en que las palabras se desprenden de la boca
como un tren que se va dejando el andén
vacío,
una calma de retorcidas ramas negras.
Y no sabes si viajas en el tren.
Down Beat
Respira sosegado, los ojos hendidos,
la luz de un foco que se apaga.
Sabe de la poesía sin mimbres
y de la tentadora hipérbole,
sabe que su música puede parecerse al llanto,
que en el club ya no hay ni público.
Los animales
Dicen los diccionarios indivisible, pero el individuo
que se ha detenido ante el espejo que cuelga débil,
mira su memoria perdido en la imagen de otro.
Mira y no reconoce a nadie, pese al verso de Pavese
-soltanto le cose ricordate sono vere- y la creencia
en que irremediablemente nos vamos pareciendo
a nosotros cada vez más. Como si no existiera, mira
y revelado descubre un individuo corrompible con facilidad,
queriéndose ir de sí mismo; el individuo y sus felonías,
que como un animal no se reconoce en el espejo.
Nexus VI
Soy tu recuerdo débil, la duda,
la noción de lo oscuro,
la fecha de nacimiento.
Te presto la memoria humana,
para que surjan las mismas emociones
el amor y el odio,
la infatigable ternura, la envidia,
el terror colérico
y seas más humano y veas lo que no se ve.
Sólo tienes cuatro años
hasta que caduque tu morfología exacta
y se apague el iris que dice que eres
el monstruo que no eres.
Por favor, no molestar
La areola de tu pecho en mi lengua;
los suburbios de la ciudad; un espejo
con sus dos verdades el reflejo y el silencio;
yo, pronombre que nunca sé si me dice
o me oculta; un ser humano, falible, terco,
que siempre vuelve al lugar del crimen:
el arte tiene raíces impuras, búsquedas
o huidas a las que pones aumentos de lupa
para fijar lo que está pasando ahora que
el mejor poema es un letrero en la puerta.
Traje de color azafrán
He pasado delante de mí con otra edad.
El mismo rostro apenas soleado, más curtido,
sereno en el andar. Iba solo,
con los ojos llenos.
Los ojos resumen la vida,
lo que está y lo que no se enseña.
Y ahí delante, me has mirado los secretos:
que vivimos de apariencia, apenas un proyecto;
que somos iguales,
aunque yo cumpliré 29 años en Madrid
y no tengo ese traje tan bien planchado.